26.8.08

el sueño de Borges



Foto: 13 barcos, Fuerteventura


Siempre tuvo una vida ordenada. A las 7, todavía entre las sábanas, se giraba sobre su propio lado derecho y permanecía así, inmóvil, exactamente trece minutos. Podrían haber sido cinco o veinte, o cualquier otra cantidad de minutos cercados de indeterminados segundos. Sin embargo, la espera se había fijado mucho tiempo atrás en 13 minutos, durante los cuales Borges repasaba las labores del día que se estaba avecinando. Visualizaba la ropa que se pondría, generalmente una ropa cómoda aunque elegante, pues era hombre al que le gustaba la buena presencia pero sin demasiadas ansias de dejarse ver. Repasaba los apuntes que quería revisar, escrutaba su mente en busca de nuevas ideas para la escritura o la lista de números telefónicos que estimaba prudente marcar en las próximas horas. Los encargos de su mente no siempre le ocupaban el mismo tiempo. Si proyectaba algún encuentro con alguien ajeno a su día a día, entonces acicalaba sus propios pensamientos y conversaba con ellos durante trece minutos, transcurridos los cuales su angustia ante la novedad se veía coronada con un espeso halo de seguridad, jalonado por los fuertes pilares de un ingenio bien asentado. Los días en los que no había proyecto de ninguna ocupación ajena a las cotidianas, se permitía el lujo de verse a sí mismo en el sillón de orejas que ocuparía minutos más tarde. En esos momentos se sentía ajeno a sí mismo e irrumpía en los pensamientos de su propio yo futuro, recostado en el sillón, sintiéndose un demiurgo encargado de expulsar al minotauro del laberinto, o rompiendo todos los espejos que perturbaban la auténtica visión de la realidad deformándola a modo de reflejo, una imitación burda de la vida, amputada de los cuatro sentidos básicos que debían acompañar, según su propio razonamiento, a toda imagen de la vida misma y sin los cuales ésta se transformaba en una fría imitación de cristal. Subía y bajaba escaleras de caracol que conducían a ninguna parte, exploraba estancias plagadas de libros, tachaba los lomos y los apuntaba en un índice expurgatorio para luego sorprenderse a sí mismo, con quijotescos aspavientos, convenciendo a cualquier cura apóstata de la maldad encerrada entre aquellos tomos bien encuadernados.

Su predilección por el número 13 había nacido con fecha exacta, un viernes trece de un año bisiesto a las trece y trece minutos de un cronometrado reloj de cuco suizo. En tal momento se hallaba Borges sentado en su escritorio de Berna colocando los libros que ocupaban su mesa, trece en total, y recontando sus bolígrafos y lápices, que curiosamente habían sumado, entre ambos, el número trece. Impresionado por estas coincidencias, el autor, que era hombre de reconocida sensatez y vasto interés por la ciencia, se tocó la sien, se atusó el pelo y se dirigió a la ventana en busca de algún alivio a una cierta inquietud que sentía brotar en su interior. Cayó entonces en la cuenta de que su edificio estaba situado en el número trece de la dreizehn-straβen al tiempo que notaba cómo se le aceleraban las pulsaciones. Contó los pasos invertidos para llegar a la ventana, trece pasos y trece suspiros que no pudo dejar de exhalar. En la calle, un taxista borracho envestía contra un autobús que cubría la línea 13 y otros tantos coches se vieron implicados en un choque múltiple. Trece debieron ser las gotas de sudor que surcaron su cara hasta que un sonido agudo lo despertó. Se encontró a sí mismo tumbado en su cama de La Chacarita, con el cuerpo girado hacia la derecha. Desperezándose comprobó que el despertador, minuciosamente programado para que sonara a las 7 en punto se había retrasado 13 minutos. Fue ahí, entre un duermevela inquieto, cuando Borges recordó que eran trece los comensales de la Última Cena y trece el número del fatídico arcano del tarot. En ese mismo instante y sin querer comenzó su interés por la numerología.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Musica y foto muy adecuadas, ambas me gustan. En cuanto al texto no acabo de estar muy de acuerdo con que realmente tengan relación una serie de casualidades numéricas. Y eso que mi vida profesional esta muy cerca de los números. Pero si creyerá en su completo significado también tendría que creer en la existencia de un destino o algo escrito para cada uno, a lo cual me resisto.
Saludos.

María dijo...

Hola CP (para abreviar, si no te importa). Yo vivo totalmente alejada de los números, es más, se me escapan, no los entiendo, me desbordan así que tampoco creo en la existencia de un destino escrito ni nada parecido. El texto, que no pasa de ser un juego, pretendía referirse a la importancia que se le da a los números como cifras mágicas y pretendía también ser un poco paródico (no sé si lo conseguí). Números como el 13 (mala suerte) el 666 (diabólico), etc. forman parte de todas las culturas aunque no sean más que supersticiones. La foto ... me equivoqué al subirla, en esta no se ven bien los 13 barcos pero tampoco importa. Bienvenid@ a esta ventanita y gracias por tus comentarios. Saludos para ti también.