31.8.08

descanso

música: banda sonora de Unha historia verdadeira, unha historia marabillosa contada por Lynch con música de badalamenti

londres

vista de Londres


26.8.08

el sueño de Borges



Foto: 13 barcos, Fuerteventura


Siempre tuvo una vida ordenada. A las 7, todavía entre las sábanas, se giraba sobre su propio lado derecho y permanecía así, inmóvil, exactamente trece minutos. Podrían haber sido cinco o veinte, o cualquier otra cantidad de minutos cercados de indeterminados segundos. Sin embargo, la espera se había fijado mucho tiempo atrás en 13 minutos, durante los cuales Borges repasaba las labores del día que se estaba avecinando. Visualizaba la ropa que se pondría, generalmente una ropa cómoda aunque elegante, pues era hombre al que le gustaba la buena presencia pero sin demasiadas ansias de dejarse ver. Repasaba los apuntes que quería revisar, escrutaba su mente en busca de nuevas ideas para la escritura o la lista de números telefónicos que estimaba prudente marcar en las próximas horas. Los encargos de su mente no siempre le ocupaban el mismo tiempo. Si proyectaba algún encuentro con alguien ajeno a su día a día, entonces acicalaba sus propios pensamientos y conversaba con ellos durante trece minutos, transcurridos los cuales su angustia ante la novedad se veía coronada con un espeso halo de seguridad, jalonado por los fuertes pilares de un ingenio bien asentado. Los días en los que no había proyecto de ninguna ocupación ajena a las cotidianas, se permitía el lujo de verse a sí mismo en el sillón de orejas que ocuparía minutos más tarde. En esos momentos se sentía ajeno a sí mismo e irrumpía en los pensamientos de su propio yo futuro, recostado en el sillón, sintiéndose un demiurgo encargado de expulsar al minotauro del laberinto, o rompiendo todos los espejos que perturbaban la auténtica visión de la realidad deformándola a modo de reflejo, una imitación burda de la vida, amputada de los cuatro sentidos básicos que debían acompañar, según su propio razonamiento, a toda imagen de la vida misma y sin los cuales ésta se transformaba en una fría imitación de cristal. Subía y bajaba escaleras de caracol que conducían a ninguna parte, exploraba estancias plagadas de libros, tachaba los lomos y los apuntaba en un índice expurgatorio para luego sorprenderse a sí mismo, con quijotescos aspavientos, convenciendo a cualquier cura apóstata de la maldad encerrada entre aquellos tomos bien encuadernados.

Su predilección por el número 13 había nacido con fecha exacta, un viernes trece de un año bisiesto a las trece y trece minutos de un cronometrado reloj de cuco suizo. En tal momento se hallaba Borges sentado en su escritorio de Berna colocando los libros que ocupaban su mesa, trece en total, y recontando sus bolígrafos y lápices, que curiosamente habían sumado, entre ambos, el número trece. Impresionado por estas coincidencias, el autor, que era hombre de reconocida sensatez y vasto interés por la ciencia, se tocó la sien, se atusó el pelo y se dirigió a la ventana en busca de algún alivio a una cierta inquietud que sentía brotar en su interior. Cayó entonces en la cuenta de que su edificio estaba situado en el número trece de la dreizehn-straβen al tiempo que notaba cómo se le aceleraban las pulsaciones. Contó los pasos invertidos para llegar a la ventana, trece pasos y trece suspiros que no pudo dejar de exhalar. En la calle, un taxista borracho envestía contra un autobús que cubría la línea 13 y otros tantos coches se vieron implicados en un choque múltiple. Trece debieron ser las gotas de sudor que surcaron su cara hasta que un sonido agudo lo despertó. Se encontró a sí mismo tumbado en su cama de La Chacarita, con el cuerpo girado hacia la derecha. Desperezándose comprobó que el despertador, minuciosamente programado para que sonara a las 7 en punto se había retrasado 13 minutos. Fue ahí, entre un duermevela inquieto, cuando Borges recordó que eran trece los comensales de la Última Cena y trece el número del fatídico arcano del tarot. En ese mismo instante y sin querer comenzó su interés por la numerología.




20.8.08

valor de mercado

La segunda premisa que sustenta la actitud de que no hay nada que aprender sobre el amor, es la suposición de que el problema del amor es el de un objeto y no de una facultad. La gente cree que amar es sencillo y lo difícil encontrar un objeto apropiado para amar -o para ser amado por él-. Tal actitud tiene varias causas, arraigadas en el desarrollo de la sociedad moderna. Una de ellas es la profunda transformación que se produjo en el siglo veinte con respecto a la elección del "objeto amoroso". En la era victoriana, así como en muchas culturas tradicionales, el amor no era generalmente una experiencia personal espontánea que podía llevar al matrimonio. Por el contrario, el matrimonio se efectuaba por un convenio -entre las respectivas familias o por medio de un agente matrimonial, o también sin la ayuda de tales intermediarios; se realizaba sobre la base de consideraciones sociales, partiendo de la premisa de que el amor surgiría después de concertado el matrimonio-. En las últimas generaciones el concepto de amor romántico se ha hecho casi universal en el mundo occidental. En los Estados Unidos de Norteamérica, si bien no faltan consideraciones de índole convencional, la mayoría de la gente aspira a encontrar un "amor romántico", a tener una experiencia personal del amor que lleve luego al matrimonio. Ese nuevo concepto de la libertad en el amor debe haber acrecentado enormemente la importancia del objeto frente a la de la función.
Hay en la cultura contemporánea otro rasgo característico, estrechamente vinculado con ese factor. Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo lo que pueda, ya sea al contado o a plazos. El hombre (o la mujer) considera a la gente en una forma similar. Una mujer o un hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir. "Atractivo" significa habitualmente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado de la personalidad. Las características específicas que hacen atractiva a una persona dependen de la moda de la época, tanto física como mentalmente. Durante los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, una joven que bebía y fumaba, emprendedora y sexualmente provocadora, resultaba atractiva; hoy en día la moda exige más domesticidad y recato. A fines del siglo XIX y comienzos de éste, un hombre debía ser agresivo y ambicioso -hoy tiene que ser sociable y tolerante- para resultar atractivo. De cualquier manera, la sensación de enamorarse sólo se desarrolla con respecto a las mercaderías humanas que están dentro de nuestras posibilidades de intercambio. Quiero hacer un buen negocio; el objeto debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social y, al mismo tiempo, debo resultarle deseable, teniendo en cuenta mis valores y potencialidades manifiestas y ocultas. De ese modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio. Lo mismo que cuando se compran bienes raíces, suele ocurrir que las potencialidades ocultas susceptibles de desarrollo desempeñan un papel de considerable importancia en tal transacción. En una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo.

Erich Fromm, El arte de amar.

19.8.08

speaker corner

Speaker corner, London
Unha praza na que a xente se xunta para falar, intercambiar opinións, berrearse, etc. Un lugar extraído da voráxine da civilización, onde todo o mundo forma parte de algo propio unido polo sentimento do alleo. Dous metros máis lonxe a cidade segue o seu curso, ignorante da palabrería que se manifesta nesta esquina, proferida con diversidade de tons, variedade de cores, multiplicidade de acentos. A mesma xente que circula polas rúas ten os seus representantes subidos a esqueiras improvisadas desde as que agoiran futuros incertos, critican presentes obscenos e lembran pasados tamizados polo imaxinario. Unha esquina interesante e ruidosa na que prima a liberdade de ser un máis na marea dos ninguéns. Anonimato querido, amigo das verdades.

17.8.08

mesma ruta


Fuerteventura
Boa música para a ruta: spyro gyra